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Queremos un mundo que erradique toda forma de pobreza y desigualdad


Antes de la pandemia:

Una década es el retroceso que la crisis del COVID19 puede suponer en la lucha contra la pobreza.


Diez años son muchos años, muchos, de esfuerzos de la comunidad internacional, de agencias, gobiernos y ONGs, con mayor o menor acierto, empeñados en acabar con ese monstruo que es la pobreza en un mundo de abundancia. Y, sobre todo, son muchos años para las personas, las familias y comunidades que han luchado por salir adelante, en su tierra, con su pequeño negocio, resistiendo frente a conflictos y desastres climáticos, frente a la explotación y la opresión, encontrando la esperanza en su voz y sus fuerzas.


Se han dado avances, claro que sí. Previo al huracán del Coronavirus un 10 % de la población mundial vivía bajo el umbral de la miseria, 1.9 $ día. Una caída muy significativa desde el 36% de la población que tenía ese ingreso como máximo diario en 1990. Ocurrió en todas las regiones, aunque con más intensidad en Asia y especialmente en China y países vecinos.


Dicho esto, el ritmo de caída estaba empezando a ralentizarse e incluso a revertirse en regiones como América Latina y algunos países africanos. La caída del precio de las materias primas, una nueva crisis fiscal y la consiguiente de deuda externa, estaban provocando un ligero incremento de la pobreza siempre a lomos de su principal aliado, la desigualdad. Y es que quien sostiene la pobreza, sobre todo en un mundo de recursos ambientalmente finitos, es el desigual reparto de renta, riqueza, energía, agua, tierra, alimento, espacio vital y hasta de aire limpio que respiramos.


En tiempos de crecimiento económico, sobre todo si éste es guiado por gobernantes que apliquen políticas inclusivas, una mayor calidad en el empleo, mejores salarios y políticas sociales más ambiciosas, contribuyen a la salida de la pobreza de millones. La riqueza puede seguir privilegiando a unos pocos, pero un mínimo de reparto se produce. Un buen ejemplo es el Brasil de Lula. Sin embargo, en cuanto llega una crisis, las injustas estructuras económicas subyacentes permiten aguantar a quien ya tiene, incluso enriquecerse. Mientras que arrojan al abismo quien está al borde de caer bajo el umbral de la pobreza. Y es que la mitad de la población mundial vive al límite, ese umbral de la miseria que supone disponer de menos de 5.5 $ al día. Eso es vivir al día.


Lo vimos en España, la crisis del 2008 se cebó en la población más vulnerable que sufrió el paro, una degradación del empleo que no se destruyó y unos recortes sociales que les afectaron de forma determinante. Resultó indignante ver caídas medias de hasta un 30 % de los salarios más bajos mientras que los más altos se mantuvieron e incluso crecieron.

Lo malo de las crisis es que el carácter sistémico y excluyente del extremo capitalismo financiero, lleva a que las salidas se produzcan siguiendo el mismo patrón. Se recuperan mucho antes los beneficios empresariales que los salarios medios o el impuesto de sociedades. Lo que vemos en España, precariedad y recortes, es lo que ocurre en otras regiones, salvando las notables diferencias de punto de partida.


Y tristemente, de no hacer decisivo para evitarlo, es lo que veremos durante y tras la crisis gigante del Coronavirus.

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Durante la pandemia:

En primer lugar, por el impacto directo en la salud. Países como Zambia con un médico por cada 10.000 habitantes, sin apenas ventiladores ni camas de UCI. Campos de refugiados sin condiciones mínimas de salud pública, con las familias hacinadas. Cuando el virus penetre en estos lugares con la fuerza que lo ha hecho en Europa será una hecatombe en forma de vidas perdidas, si no se corre urgentemente a reforzar esos frágiles sistemas de salud. Organizaciones humanitarias ya estamos escalando nuestra prevención y respuesta en salud pública. Pero se necesita más mucho más. De ahí que hayamos demandado la cancelación de los pagos de la deuda externa de 2020 de los países en desarrollo, para que puedan dedicar esos fondos a sus frágiles sistemas sanitarios. Algo falla cuando Ghana tiene que dedicar 11 veces más al pago de la deuda que a la salud de su gente.


El impacto económico será mayor y ya se está sintiendo, aunque el virus no haya llegado a muchos lugares. Como decía un taxista de Nairobi, la que era mi segunda ciudad de residencia antes de la crisis, el virus nos matará de hambre antes de infectarnos. Esa mitad de la población que vive al día reside en países que no cuenten con recursos estatales para sostener a su población con una red de seguridad básica que les impida caer en la hambruna.


Estimaciones preliminares de Oxfam apuntan a que hasta 500 millones de personas podrían caer en la pobreza fruto de esta crisis y de la forma como las economías responderán a la misma. Si siguen el patrón habitual.


Diez años atrás. 20 o 30 en algunos países africanos.


Pero no tiene que ser así.


Como individuos y como sociedad global deberíamos preguntarnos si enfrentaremos las desigualdades como la única manera de lograr un mundo libre de pobreza.

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Preguntas para repensar otro mundo posible:

  1. ¿La redistribución de riqueza y recursos será más central en nuestras vidas y sociedades?

  2. ¿Recuperaremos el sentido de lo público como colectivo?

  3. ¿Respaldaremos una acción gubernamental más activa en el mercado y la economía?

  4. ¿Pondremos la lucha contra la pobreza en un mundo sostenible como una prioridad? ¿y estamos dispuestos a compartir el poder y los privilegios como es necesario para acabar con la pobreza de manera sistémica y no cosmética?

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