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Queremos un mundo inclusivo, que no deje a nadie en los márgenes


Antes de la pandemia:

En su informe del mes de febrero, el Relator Especial de pobreza y derechos humanos de Naciones Unidas decía tras su visita a España: “la palabra que he escuchado con más frecuencia (…) es ‘abandonados’. (…) España les está fallando por completo a las personas que viven en la pobreza (…), a pesar de que está prosperando económicamente, demasiadas personas siguen pasando apuros”. Y remachaba: “he visitado lugares que sospecho que muchos españoles no reconocerían como parte de su país”.

Por otra parte, el pasado mes de octubre EAPN publicaba su informe anual de seguimiento del indicador AROPE sobre el estado de la pobreza en España. El estudio afirmaba que el 26,1% de la población en nuestro país se encontraba en situación de pobreza o exclusión social. Esto eran 12,3 millones de personas en aquellos momentos.

La pobreza tiene muchos rostros, pero escuchamos poco las voces de quienes la sufren. Algunas veces les miramos impasibles, les ignoramos o, incluso, les criminalizamos por vivir como viven. Otras veces les victimizamos sin darnos cuenta de la fortaleza y la creatividad que hay que tener para vivir prácticamente al día. Sin embargo -por lo general- no sabemos muy bien cómo se llega o cómo se sale de una situación de exclusión porque no nos paramos a escuchar, así que ponemos parches con soluciones cortoplacistas que no responden a necesidades reales, que limitan la autonomía de las personas y encima resultan más costosas económicamente a largo plazo.

En vez de reconocer y apoyar sus esfuerzos se les culpa de su situación, negándoles la posibilidad de salir adelante y de ayudarnos a transformar la sociedad de manera más justa y respetuosa con los derechos humanos. Cuando nos señalan el incumplimiento del derecho a la vivienda, les denunciamos por buscar un cobijo; cuando nos hablan de la necesidad de disponer de un ingreso vital digno, se les acusa de ser parásitos sociales sin reconocer sus aportaciones a la sociedad a través de trabajos invisibilizados; cuando migran escapando de la desesperación y la falta de alternativas, les cerramos las puertas, salvo las de los centros de internamiento. Su existencia parece molestar a la sociedad en general, que enfoca sus esfuerzos en controlar a estas poblaciones a las que no reconoce como tales, tratándoles como si fueran individuos aislados, casos excepcionales.


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Durante la pandemia:

Y sobre esta situación de partida golpea ahora la crisis del coronavirus. Con ella se agravan aún más las dinámicas que ya sufrían las personas que previamente estaban en situación de pobreza, promoviendo una mayor victimización e impotencia al reforzar algunos mensajes clave:

a) “Otros lo necesitan más”: se les dice que la emergencia implica ayudar a quienes ahora caen, y que su situación no ha cambiado, que ya eran pobres antes… Pero María vive de la comida que le dan en un bar cerca de su casa y de lo que recupera de los contenedores desde que le cortaron la Renta Mínima de Inserción, Adela de la chatarra, Fernando de la venta ambulante informal… ¿de verdad no ha cambiado su situación?

b) “Reparto de migajas”: las respuestas que se van poniendo en marcha (ayudas alimentarias, tarjetas) parecen centrarse más en hacer publicidad de empresas privadas que en atender las necesidades de la población en vulnerabilidad de manera digna. Tal y como están planteadas, son una nueva forma de violencia que reciben quienes no tienen otra opción que aceptarlas: “me dan una comida que me hace sentir más pobre de lo que soy”.

c) “La culpa es de los pobres”: se refuerzan día a día los mensajes mediáticos sobre cómo quienes viven en pobreza no hacen las cosas como deben. Se acusa y criminaliza a quienes viven en pobreza y en barrios empobrecidos, pidiendo incluso desde Servicios Sociales la intervención del ejército.

Un ejemplo de todo esto. Al comenzar el confinamiento resonó mucho una cuestión: “¿qué hacemos con las personas sin hogar?”. Ellas, que representan la cara más severa de la exclusión social, no podían decir el famoso “yo me quedo en casa”. Se hizo evidente su presencia por una vez, por un momento. Sin embargo, esto dejó de importar a las pocas semanas en cuanto les metieron en pabellones masificados sin que pudieran poner en práctica el distanciamiento social ni el aislamiento recomendado por las autoridades sanitarias, como si fueran ciudadanos de segunda.

Esto vuelve a poner encima de la mesa que la vivienda no es un capricho, sino un bien de primera necesidad, un derecho fundamental. Una vivienda es un escudo que nos protege frente a, por ejemplo, una pandemia mundial. Al igual que tenemos asimilado que comer o beber agua es necesario para la supervivencia, deberíamos entender que tampoco podemos vivir sin la seguridad y protección que nos da un hogar. Está demostrado que las personas que han pasado un período amplio de su vida en situación de calle tienen una esperanza de vida de unos 30 años menor a la media de la población. Esto indica, por una parte, que los seres humanos no estamos hechos para vivir a la intemperie y, por otra, que seguimos sin estar a la altura de las circunstancias si como sociedad seguimos tolerando esto.

Tenemos mucho que aprender de quienes viven en pobreza en relación a la vivienda, a los ingresos, a la solidaridad, a la dignidad. En relación a la situación actual, de incertidumbre constante frente al futuro, quienes han vivido siempre en la pobreza tienen mucho que decir. Especialmente en relación a cómo organizar los recursos de los que disponemos frente a tantas necesidades que surgen desde todos los ámbitos: “Yo sé lo que es vivir al día, enfrentarme a la nevera vacía”. Son expertos en resistencia y en moverse en contextos de distanciamiento social. Es lo que llevan haciendo toda la vida. Por eso su experiencia, conocimiento y cuestionamiento son clave en estos momentos.

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Preguntas para repensar otro mundo posible:


  1. ¿Cómo avanzar en medidas de protección social que afronten las necesidades básicas (vivienda, ingresos, alimentación, etc.) no cubiertas sin caer en el asistencialismo?

  2. ¿Cómo avanzar hacia modelos de atención que respeten la autonomía y la dignidad de las personas?

  3. ¿Cómo reconstruir la presencia y los vínculos en realidades en las que lo que enferma y mata es el abandono y el distanciamiento?

  4. ¿Cómo promover que se escuche de las voces de las personas que están en situación de pobreza como algo imprescindible de cara a trabajar con ellas?

  5. ¿Cómo establecer las condiciones que permitan dialogar con el saber invisibilizado de quienes viven en pobreza de cara a buscar alternativas que no dejen a nadie atrás?

  6. ¿Cómo apoyar las redes y dimensiones colectivas ya existentes en medio de estas realidades para que sean herramienta clave de acción y transformación?


Puedes descargar la Guía completa pinchando aquí.

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