Antes de la pandemia:
En 2020 se cumplen treinta años del primer informe del IPCC. Treinta años desde el estudio más riguroso sobre calentamiento global hasta la fecha cuyos autores afirmaron ya en 1990 “estar seguros” de que las emisiones de CO2 de la actividad humana potenciarían el efecto invernadero y proyectaron aumentos de temperatura que hoy vemos cumplirse.
Después de muchos informes, cumbres, tratados y buenos deseos, hoy emitimos un 50% más de CO2 que en 1990. Como si esto no fuera con nosotros; como si las terribles consecuencias que el calentamiento global está teniendo ya y tendrá en un futuro solo fueran a afectar a otros. Pero nada más lejos de la realidad. Por poner solo algunos ejemplos, se estima que en 2050 habrá entre 30 y 140 millones de refugiados climáticos procedentes de América Latina, África y el sur de Asia. Si no hacemos nada para evitarlo (business as usual), a finales de siglo la temperatura global habrá aumentado 3 ºC y el nivel del mar subirá entre 60 y 90 cm, anegando los hogares de 100 millones de personas. Si los costes personales son escalofriantes, los daños económicos tampoco se quedan cortos y se estima que limitar el aumento de temperatura a 1,5ºC en vez de a 2ºC podría ahorrar hasta un 3,5% del PIB mundial a finales de siglo, es decir, 38,5 billones de dólares. Como estas cantidades desorbitadas nos suenan demasiado abstractas, es interesante compararlas con algo más tangible, como el presupuesto español. Pues bien, la diferencia calculada entre los dos escenarios climáticos equivaldría a un ahorro igual a 25 veces el presupuesto actual de España. Casi nada.
En el último año, ha tenido que venir a dar la voz de alarma una generación cuyos padres ni se conocían en 1990. Han hecho que se hable como nunca de calentamiento global. Lo han puesto de moda hasta el punto que los parlamentos nacionales se dan codazos para que Greta Thunberg les visite y les ponga de vuelta y media. Las palabras pasan, las fotos y las portadas de diarios quedan para el recuerdo y la mesita del salón. La crisis climática se dejará en la carpeta de tareas pendientes para el próximo gobierno. La misma carpeta llena de polvo que se heredó del gobierno anterior. Es un desafío que exige un cambio radical del modelo económico. Demasiado esfuerzo y pocas fotos.
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Durante la pandemia:
Hace unos meses no conocíamos la palabra “coronavirus”. Hoy sabemos que no la olvidaremos nunca. Esta pandemia ha golpeado fuerte a muchos países, hundirá economías y sus efectos se notarán durante años venideros. Como no somos expertos (ni políticos, ni tertulianos...) desconocemos si se veía venir o si decenas de países han acertado/fallado en sus previsiones. La realidad es que, al llegar el momento de afrontarlo, los gobiernos del mundo, evidentemente, han preferido paralizar por completo la actividad económica para proteger la salud de sus ciudadanos.
Como consecuencia de esta crisis, se estima que en 2020 se emitirá un 7% menos de CO2 en todo el mundo. Es la mayor disminución de la historia; más que durante la Gran Depresión del 29 o la II Guerra Mundial. Aun así, la concentración de CO2 en la atmósfera apenas lo ha notado. El CO2 no es como los contaminantes de nuestras ciudades que ahora están limpias, no desaparece de la atmósfera con dejar de emitirlo, sino que permanece durante años. Se necesitan cambios a largo plazo, definidos sin prisas y aplicados con determinación. Esta crisis nos la están advirtiendo desde hace décadas y sabemos que no se resolverá en unas semanas.
Aparentemente, en caso de extrema necesidad, estamos dispuestos a todo con tal de preservar nuestra salud pero… ¿cómo se explica la falta de actuación sobre la crisis climática? Ahora que hemos visto que sabemos gestionar una crisis, que las medidas de emergencia funcionan y que los ciudadanos somos perfectamente capaces de arrimar el hombro, es el momento de tratar cada crisis como tal. Es el momento de aprovechar lo aprendido y experimentado estas semanas para preparar la respuesta a la crisis climática. Antes de que sea demasiado tarde.
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Preguntas para repensar otro mundo posible:
¿Serán, en algún momento, nuestros gobiernos tan responsables con la crisis climática como han sido con la COVID-19?
¿Somos conscientes de que cuando un gran problema llega nos afecta a todos aunque no lo hubiéramos previsto?
Durante la cuarentena hemos hecho un gran esfuerzo en cambio de hábitos. ¿Estamos dispuestos a hacer algún cambio en el futuro?
Si hemos respondido “Sí” a la pregunta anterior, se necesitan compromisos concretos en todos los aspectos de nuestra vida. ¿Hasta qué punto nos involucraremos en lo siguiente?: Abandono del coche frente a otras alternativas más sostenibles, inversión de ahorros en banca ética, apuesta por las energías renovables (inversión colectiva, autoconsumo en domicilios, etc.), cambios de alimentación favoreciendo productos vegetales y locales, decrecimiento, cambios de hábitos de consumo…
La contaminación en las ciudades es otro gran desafío ambiental. En este caso sí lo hemos visto paliado temporalmente por la ausencia de tráfico. ¿Permitiremos que se llenen de nuevo las ciudades de coches y de contaminación?
¿Vamos a hacer algo para que todo lo anterior suceda o esperaremos sentados en el sofá?
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