Antes de la pandemia:
La situación de las migraciones antes de la crisis del Covid-19 estaba marcada por una parte por el blindaje del mar Mediterráneo y el mar Egeo por parte de Europa, así como la militarización y la externalización de las fronteras de la UE a través de la agencia Frontex y varias empresas de seguridad; Por otra parte, el presidente turco Erdogan utilizaba a los refugiados como moneda de cambio para conseguir el apoyo de la UE en sus aspiraciones imperialistas y geopolíticas en la ciudad de Idleb en Syria.
La frontera de Grecia volvió a ser el escenario de la mal llamada “crisis de los refugiados” (como en 2015) por la presencia de hombres, mujeres y muchos menores que intentaban ponerse a salvo de los estragos de la guerra o huían de las condiciones infrahumanas a las que estaban sometidos en los campos de refugiados en Turquía.
La respuesta de la UE fue cerrar filas entorno a su socio griego, con apoyo logístico para evitar lo inevitable; para impedir la llegada de los “nadies”: aquellos contra los que Europa erige muros y condena a la deshumanización en las calles de Estambul o en los centros insalubres de las islas griegas. Europa volvió a demostrar una vez más su crisis de humanidad a través de una política migratoria mortífera y represiva, utilizada contra los más débiles.
Los refugiados volvían a ser noticia y una vez más ocupaban las portadas de los periódicos en Europa por unos segundos. Los de siempre reaparecían en medio de un conflicto entre la UE y Turquía, repitiéndose así el patrón de lo que provocó su inminente salida de su país ya que sus ciudades y barrios se habían convertido en el epicentro de la locura humana.
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Durante la pandemia:
En plena crisis sanitaria que atraviesa todas las fronteras, burlando todos los controles fronterizos, la humanidad se da cuenta una vez más de su evidente fragilidad “común”. Lo cierto es que hay una gran parte de dicha humanidad a la que se ha considerado siempre como excedente dentro de la sociedad: aquellos de cuya existencia se acuerda la sociedad cuando escasean las frutas y hortalizas en los supermercados. Durante esta crisis, en relación a la migración, lo que más escuchamos en los medios de comunicación es la falta de mano de obra en los trabajos agrícolas. Un sector sostenido durante mucho tiempo por los inmigrantes que trabajan para satisfacer las necesidades alimentarias de la sociedad, en condiciones infrahumanas y sin apenas un techo donde cobijarse de la intemperie.
Esta crisis saca a la luz un tema que incomoda, y del que ningún político quiere hablar: la situación administrativa y la regularización de los inmigrantes; aquellos que, por miedo a ser parados en un posible control policial (tras el estado de alarma decretado), prefieren estar escondidos, lejos de los invernaderos de Almería y los campos de Lepe (Huelva), por falta de permiso de residencia. Algunos, cuya situación administrativa permite seguir trabajando, lo hacen exponiéndose al contagio virus, debido a su pésimas condición de trabajo, evidenciando así la precariedad que define su situación en los campos españoles. Varias organizaciones están realizando campañas para pedir por una parte, que se deje de hacer un uso utilitarista de los inmigrantes por parte de la administración pública, y por otra parte, piden a través del lema “regularización ya” la regularización de los inmigrantes como una forma de hacer justicia, poniendo de ejemplo a Portugal que dio un paso hacia delante con respecto a este tema, para “proteger a los eslabones más débiles” en esos tiempos de crisis.
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Preguntas para repensar otro mundo posible:
¿Qué lugar ocupan las personas migrantes en la sociedad?
¿Hasta cuándo se seguirá haciendo un uso utilitarista de los inmigrantes para el beneficio de la sociedad?
¿Formamos realmente una “humanidad” cuando mantenemos desprotegidos, a los eslabones más débiles de nuestras sociedades?
¿De qué manera se puede devolver a los inmigrantes su condición de sujetos políticos, respetando sus derechos?
Puedes descargarte la Guía completa pinchando aquí.
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